Yo tenía una
vecina que solía decir: "Yo he de ver la justicia divina" cuando
alguien le hacía algo malo, era como una especie de "castigo
personal", de "Venganza", con la que ella juzgaba y condenaba.
Nunca la escuché decir como buena "cristiana”: "voy a exhortarla a
proceder bien, voy a ayudarla a salvarse" por ejemplo. Muchas personas
suelen actuar así, y hasta se preguntan ¿Y cuándo es que le va llegar la
justicia divina? cuando alguna persona hace algo malo.
Y es que Dios
no actúa como un juez frío y severo, que solo quiere sentenciar a los que
actúan mal, todo lo contrario, debemos verlo como ese padre justo,
misericordioso, amoroso, y firme cuyo único objetivo es salvarnos.
"No ha hecho
con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
Ni nos ha pagado
conforme a nuestros pecados”. Salmos 103:10
Debemos estar
agradecidos de que la justicia divina sea mucho más que dictar sentencias y
castigar a los que actúan mal. Dios nos trata así porque su justicia no se basa
en la condena, sino en la salvación.
Dios no está
sentado en un trono, en cielo, anotando en una lista negra a los que actúan
mal: "Este fue el que agredió a la vecina del 11", "Éste fue el
que no le devolvió el saludo a aquel ". No existe tal lista negra, Él no
pierde el tiempo de esa manera, no anda persiguiendo a sus hijos para ver
cuando caen y condenarlos.
Dios está
planificando nuestras vidas según sus propósitos como lo hizo con Pablo, que lo
persiguió hasta el cansancio, y que, según la mente humana habría sido mejor
que Dios le aplicara esa "justicia divina " en la que muchos creen,
lo condenara y fin de Pablo.
Pero no
ocurrió así Dios se le acercó y le preguntó:
Pablo, Pablo, ¿por qué me persigues? El respondió: ¿Quién eres, Señor? Y
la voz respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pablo reconoció su error,
se convirtió a la fe cristiana y fue uno de sus apóstoles y llevó el evangelio
por donde iba.
Con Cristo se
entra en un Reino de amor, de justicia y de paz. De repente, esta justicia
adquiere un rostro muy particular, el de Jesús. Y la justicia de Dios, que
podría parecernos una justicia abrumadora que nos cae encima, toma el rostro de
un hombre herido, que pone sobre sí "esta injusticia" librándonos a nosotros
de ella.
Queda claro
entonces que la justicia tal como muchos la entienden, en el sentido de que los
malos son castigados y los buenos recompensados, no es la "Justicia
Divina".
No se trata
de ver la justicia de Dios como un acto condenatorio, sino todo lo contrario,
verla como un misericordioso acto de amor, de salvación. El Señor continuamente
nos ofrece su perdón y nos ayuda a acogerlo y a tomar conciencia de nuestros
errores para poder liberarnos. Porque Dios no quiere nuestra condena, sino
nuestra salvación. ¡Dios no quiere la condena de nadie!
Todas las
palabras de Dios son un llamado lleno de amor que busca nuestra conversión. Es
esto lo que el Señor dice por medio del profeta Ezequiel: "¿Acaso deseo yo
la muerte del pecador … y no que se convierta de su mala conducta y viva?"
Esta es la
justicia Divina: Un corazón de Padre que ama y quiere que sus hijos vivan
haciendo el bien, amando al prójimo y por ende en justicia. Un corazón de Padre
que va más allá de nuestro pequeño concepto de justicia para mostrarnos lo
ilimitado de su misericordia.
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