Orar con fe no es pedir magia, es abrir la puerta a las oportunidades que transforman. Porque Dios — al menos como yo lo experimento — no te da todo resuelto, te da el escenario, la oportunidad, la puerta para que seas tú quien la atraviese y te conviertas en quien necesitabas ser para recibir lo que soñaste.
Imagina que un ser querido está atravesando una enfermedad y tú deseas que se recupere rápidamente. En lugar de pedirle a Dios que elimine la enfermedad de inmediato (cosa que no ocurrirá, porque no es mago), puedes orar con fe , confiando en que Dios te dará la fortaleza, la paciencia y la sabiduría para acompañar a esa persona en su proceso de transformación, si viéramos todo como una oportunidad para transformarnos, para ganar y no para perder, si lo viéramos desde la abundancia y no desde la carencia, estaríamos mas agradecidos y en paz, confiados en el proceso, en lugar de desear que termine, como por arte de magia. . La oración confiada puede abrirte a recibir ideas para apoyar mejor, a encontrar recursos o tratamientos adecuados, o incluso a fortalecer tu propia fe y esperanza en medio de la dificultad, a sanar heridas que por mucho tiempo estuvieron sangrando por alguna desavenencia con esa personas o con las personas que, como equipo están apoyándote. Este tipo de oración no busca que Dios resuelva todo por ti, sino que te prepara para ser un apoyo activo y amoroso, y te ayuda a entender que aun la enfermedad puede ser una oportunidad para crecer en paciencia, empatía y confianza en el plan divino. La fe te permite aceptar lo que venga, confiando en que, con la ayuda de Dios, tú y tu familiar podrán atravesar esa situación y salir fortalecidos.
La certeza es esa seguridad interior que surge cuando nuestra fe se fortalece a través de la experiencia, la oración y la confianza constante. Es esa sensación de paz y confianza que nos dice que estamos en el camino correcto, sabiendo que, aunque no todo se resuelva de inmediato, estamos en las manos de un amor superior que nos acompaña y guía y que le sacará el mayor provecho a la misma.
En la práctica, tener fe no significa que todo esté garantizado o que no haya dudas, sino que, a pesar de las dudas o dificultades, confiamos en que Dios tiene un plan para nosotros y que, con su ayuda, podemos actuar en cualquier escenario. La certeza que nace de esa fe nos da tranquilidad y nos permite seguir adelante con esperanza, sabiendo que estamos en un proceso de crecimiento y transformación.
Recuerda que si tuvieran fe como un grano de mostaza — y no hace falta tanta fe, solo una fe sincera encarnada sin temor —, Dios no es un mago que resuelve todo de inmediato. Él es un padre que acompaña, que propone, que te da los elementos y después te dice: “Ahora hazlo tú, que yo estoy contigo”. La fe no es solo pedir, sino confiar en que, con su ayuda, tú tendrás la capacidad de atravesar ese proceso y abrir esas puertas y convertirte en la persona que necesitas ser para recibir lo que sueñas.
Vivir cada proceso que la vida nos pone en frente con fe en el corazón y certeza en el alma, y verlo como una transformación, y no desde la carencia, como algo malo que tendrá un desenlace igual de malo, se convierte en una oportunidad para crecer, aprender. Esforzarnos por ser la mejor versión de quienes realmente somos, mejorando en empatía, honestidad, perseverancia y amor, es un camino hermoso y lleno de oportunidades que nos hará descubrir todo nuestro potencial. Todo eso que no sabíamos que éramos. Toda esa fuerza que no sabíamos que teníamos y todo ese amor que ignoramos.